Pesadilla en el Hospital General by Raúl Garbantes

Pesadilla en el Hospital General by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-15T00:00:00+00:00


Capítulo 8

Ella fue la primera en despertar. Miró la hora. Eran las doce del mediodía.

—Mierda —pensó.

Se sentó en la cama. Empezó a mover sus articulaciones. Mover los pies en círculos, las manos, los hombros, el cuello. Cuando le pareció que la sangre circulaba con mayor intensidad se levantó. Entonces se echó un estirón para desperezarse. Volteó a mirar a la otra cama. Julián seguía dormido y de hecho hasta roncaba. Se colocó los pantalones, los únicos que tenía, los del uniforme, tomó su bolso y sacó un cepillo de dientes y la crema dental.

Acto seguido, se dirigió al baño. Se mojó la cara, se observó en el espejo.

—Hoy te espera un día largo —se dijo en voz baja.

Colocó crema sobre el cepillo, abrió la llave del agua y lo mojó un toque. Luego cerró la llave.

Cuando empezó a cepillarse, se le ocurrió revisar lo que ponían en la televisión. Buscó el control en la mesita al lado de su cama y presionó el botón de encendido. En la tele transmitían la emisión meridiana de noticias. Lo que miró y escuchó hizo que dejara de cepillarse.

—… Se desconoce el paradero de los sospechosos —decía la reportera en la tele—, pero se les considera altamente peligrosos…

Entonces la pantalla mostró una foto de un hombre que identificaban como Julián Torres y otra de una mujer, identificada como Alejandra Villalobos. Y en efecto, eran ellos. Alejandra pasó sobre su cama y empezó a sacudir con la mano al hombre acostado en la otra, para despertarlo, mientras decía su nombre una y otra vez.

—¡Julián! ¡Las noticias! —decía, ansiosamente, pero con dificultad por la crema dental con la que se había estado cepillando.

El pobre hombre, que se encontraba en el sueño más profundo, que es el mejor porque no se recuerda nada, si se soñó algo bueno o algo malo, si tu vida corre peligro o no en la vigilia, se sintió como aquellos hombres que resucitan con descargas eléctricas controladas.

—¿Qué pasó? ¿Qué? —empezó a decir una y otra vez.

Alejandra le repetía que mirara y escuchara lo que pasaban en la televisión.

—… Repetimos —decía la reportera—. Si conocen el paradero de estas personas, Julián Torres o Alejandra Villalobos, por favor avisen a la policía, que dará una recompensa por la información suministrada…

—Puta madre —dijo el doctor Torres.

Enseguida llamó a Willy, que por su parte, también se encontraba dormido.

—¿Qué pasó, hermano? —dijo la voz por el auricular.

—Willy, ¿estás viendo las noticias? —preguntó su amigo, con aprensión.

—No, viejo… —dijo, desperezándose.

—Willy, enciende la televisión ya.

Entonces los tres escucharon lo que decía la reportera.

—… Repetimos, estos sujetos están relacionados con una red de tráfico de órganos, medicinas, drogas, laboratorios clandestinos, y son los principales sospechosos de la muerte de la doctora Helena Cornelle, patóloga ampliamente reconocida en el país…

—Puta madre —dijo Willy Baralt.

—Hijos de puta —dijo Alejandra Villalobos.

Julián Torres no dijo nada, porque apenas podía creer lo que estaba pasando.

—Hermano, ¿qué vamos a hacer? ¿Recibiste mi mensaje? —dijo la voz por el auricular.

—Sí… Estoy pensando —respondió Julián, mientras se acercaba



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